Uno de los fenómenos globales más característicos de nuestra era es sin duda alguna la movilidad. Es verdad que los seres humanos han decidido desde tiempo inmemorial trasladar sus moradas motivados por el hambre,
el miedo o el amor. Sin embargo y pese a que la movilidad de personas aun no logra la facilidades que posee la movilidad del capital en el mundo globalizado, en los últimos años hemos visto cómo individuos, colectivos o sociedades enteras desplazan su residencia por las más variadas razones. La interconectividad que caracteriza estos días ha hecho que los sujetos migren también por razones de estudio y formación, de desarrollo profesional, por preferencias estéticas o de actividad artística o para acceder al derecho de ejercer cierta subjetividad como los inmigrantes por razones de preferencia sexual, religiosa u otro tipo de identidad.

Obviamente, en el siglo anterior podemos encontrar la génesis de estos nuevos procesos diásporicos, de la creación y expansión de redes, de los nuevos imaginarios metropolitanos o urbanos y rurales, del mismo modo que la aparición y rearticulación de las dinámicas sociales. Sin embargo, es en estos primeros pasos del siglo XXI dónde observamos la aceleración cada vez mayor de estas nuevas dinámicas, así como de su capacidad continua de permutación, transformación y adaptación a los contextos, quienes decididamente conviven con procesos globales y procesos locales.

El intenso flujo de personas ha creado nuevas categorías de diásporas. Nuevos sentimientos de pertenencia y lealtad hacia determinado territorio o grupo hacen que miles de personas prefieran “crear moradas en vez de buscar raíces” (Dipesh Chakrabarty) y más aún, funden “moradas disgregadas”. Aparecen nuevas realidades políticas, sociales y culturales como la emergencia de culturas nacionales posterritoriales, de ciudadanías multiculturales, de nuevos modelos de familia, de nuevas narrativas identitarias y subjetivas y por supuesto, de nuevos conflictos. De este modo, los grandes núcleos urbanos o rurales que acogen una cantidad importante de inmigrantes han tenido que implementar nuevas políticas sociales y laborales adecuadas a esta nueva realidad. No siempre las medidas son oportunas, suficientes o justas.

Indiscutiblemente la música, como insumo cultural de primer orden, juega varios papeles en estos procesos de desplazamiento humano y en las nuevas realidades a las que ha dado lugar. Desde la deslocalización de prácticas musicales que producen nuevas identidades nacionales posterritoriales, escenas musicales trasnacionales o variantes locales de músicas globalizadas, hasta el impacto de músicas de otras culturas dentro de tradiciones musicales autóctonas; la música es un agente activo en el proceso de desarrollo y negociación, de integración o segregación o de construcción de imaginarios dentro de, o en referencia a determinadas comunidades diaspóricas. En efecto, la música articula procesos de negociación específicos en la conciliación de los dos imaginarios más arraigados del sujeto diaspórico: el imaginario tejido en torno a la tierra dejada (reconstrucción idealizada de memoria, anclajes identitarios, olvido necesario, mito del retorno, etc.) y el de la tierra de acogida (expectativas de bienestar, asunción de nuevas identidades, etc.). Así mismo, la música es factor importante en la conformación de “comunidades imaginadas”: cómo pensamos que son o se comportan los grupos desplazados (los nuevos ciudadanos); a qué suena el inmigrante y cómo ese sonido puede sintetizar arquetípica o estereotipadamente una cultura y una relación intercultural.

El encuentro Música, ciudades, redes: creación musical e interacción social congregó a más de doscientos especialistas de varias partes del mundo con el objetivo de reflexionar sobre estos procesos. Esta reunión materializó simultáneamente el X Congreso de la SIBE-Sociedad de Etnomusicología, el V Congreso de IASPM-España y el II Congreso de músicas populares del mundo hispano y lusófono. El Congreso fue organizado conjuntamente por la SIBE, IASPM-España y el Conservatorio Superior de Salamanca, contando con la inestimable colaboración de Obra Social Caja Duero, de la Universidad de Salamanca, del Instituto de Etnomusicologia (INET) de la Universidade Nova de Lisboa y de la Newcastle University.

La interacción y diálogo entre los participantes puso de manifiesto el interés que siente la etnomusicología y los estudios de música popular por estas nuevas realidades, demostrando la viabilidad y necesidad de organizar un encuentro de este calibre. El intercambio de experiencias entre estudiosos españoles, portugueses, latinoamericanos, norteamericanos y europeos, junto con la aplicación de formatos novedosos como fueron los paneles y los pósters, dieron lugar a un congreso muy intenso, tanto en aspectos meramente académicos como de diálogo, pero teniendo en la difusión del conocimiento y en la participación colectiva en la creación del mismo su eje principal.

El congreso se organizó en torno a los siguientes ejes temáticos: Ciudades, músicas y diásporas; Escenas locales e historia global; Tecnologías e industria musical y Nuevos aspectos teóricos y metodológicos de la Etnomusicología. Unos ejes lo suficientemente amplios para poder dar cabida a todas aquellas propuestas que abordaban los múltiples puntos de vista que podemos aplicar desde la música sobre estos temas. Estas Actas se han organizado bajo los mismos ejes temáticos, reflejando de esta manera la multiplicidad que acabamos de comentar.

Esperamos que el conjunto de artículos que conforman estas actas comuniquen el ambiente de este encuentro, ayudando al lector a entender mejor las nuevas dinámicas del mundo actual y sus consecuencias en la música.


Rubén Gómez Muns y Rubén López Cano  

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