Hay ausencia de conceptos en una distribución

Cultural: Popular vs Erudita
El Diario de Caracas  23-7-1999

Emilio Mendoza
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El origen de la injusta distribución, ayudado por el hecho de que los defensores de lo popular no han conseguido acceso al poder, es por el vacío reinante de definiciones de políticas.
En estos momentos de discusión sobre los montos de los subsidios que otorga el Estado a los grupos y entes culturales, de la reestructuración del CONAC con su eliminación o consolidación de Direcciones para optimizar su administración cultural, o su albergue dentro de un ministerio, reaparece una vieja disputa de la política cultural: el drástico desbalance del apoyo del estado dedicado a estos dos mundos.

Se pueden sumar aspectos raciales y las diferencias culturales entre los estratos de clases sociales, ambos implicados en la contienda entre el arte de las masas populares y el arte degustado por las élites minúsculas. Similarmente, traemos a la mesa otro factor que ha estado vigente sin interrupción en la política cultural ejercida hasta ahora: el contraste vertical entre la inversión del Estado para Caracas en contraposición a los dineros de cultura dedicados al resto del país. Se alega que en la Capital existe cultura y cultores de verdad, incluso de talla y alcance internacional, en cuanto más allá del valle es puro monte y culebra, circo y cerveza.

La causa de esta desproporción radica claramente en la falta de una política cultural macro y su estricta ejecución, que tome en consideración las necesidades prioritarias de la población venezolana en su totalidad, en cuanto a la formación y expresión de sus valores culturales, y el vínculo delicado con el sistema global que rige nuestra participación mundial. ¡Ojo! Esto no significa volver a la alpargata,  ya que con valores culturales queremos expresar e incluir tanto lo popular y tradicional como lo erudito y contemporáneo, pero sí lo venezolano en primera instancia y un balance real en los recursos asignados para las diferentes áreas.

La política cultural reciente (es decir, el estado de las cosas), se manejaba a partir de esfuerzos personales que prontamente se institucionalizaban en fundaciones intocables, algunas ficticias, que aún persisten en mantener su carácter piramidal y teocrático. Las asignaciones eran directamente susceptibles a manejos de clanes y familias herméticas favorecidas por sus vínculos con las planas de poder, aprovechándose en su lobby de la confusión debatida entre el CONAC y el Congreso sobre quién decidía el reparto. Estas personas evidentemente apoyaban en su preferencia personal a la Cultura Erudita y muchas veces extranjera. He aquí el origen de la injusta distribución, ayudado por el hecho de que los defensores de lo Popular no han conseguido acceso al poder, y por el vacío reinante de definiciones de políticas.

El desbalance se manifiesta además por una ausencia de conceptos sobre la distribución presupuestaria entre actividades de promoción y diversión por un lado, y de investigación, educación y creación por el otro. La actividad cultural mínima de un pueblo puede ser el espectáculo, pero la fuerza de nuestra autoestima nacional sólo crece a través de estas tres últimas, sea popular o erudita.