Entre la música, la casa y el trabajo

Dos Creadoras Musicales
El Diario de Caracas 17-12-1999

Emilio Mendoza
https://ozonojazz.com/emilio/
Ilustración: Iván Estrada

compos
Para una mujer artista con familia en nuestra sociedad, su sobreviviencia y desenvolvimiento profesional ha sido siempre más difícil que para un hombre de igual talento. Las labores adicionales adquiridas automáticamente al ser pareja conyugal, desde la conserjería y mantenimiento del recinto de vida, el jardín de infancia, transporte, abastecimiento, servicio de restaurante abierto y lavandería, no son fáciles de cuestionar ni de revertir hacia el ser amado a la hora de exigir tiempo ininterrumpido para concentrarse en el revoloteo imaginario de sonidos como mariposas alboroteadas, al componer. Por tradición, para el hombre artista es natural despreocuparse de todo el oficio mundano y  dejárselo a su esposa, léase esclava casera, e incluso incorporarla anónimamente a su empresa personal. La historia nos ha comprobado que el éxito de muchos artistas machos se ha debido principalmente a la sombra incondicional de sus aliadas.

En la Venezuela del nuevo milenio encontramos que se están desvaneciendo los papeles maritales acostumbrados por razón de la necesidad drástica de aguantar la quincena con ambos frentes en la  batalla económica. La mujer puede y alcanza realizarse profesionalmente con iguales oportunidades, y  al contrario de la práctica generalizada en el pasado, sigue ejerciendo aún después de casarse. El papá de la generación de los sesenta, con influencias que dinamitaron la familia entre otras estructuras sociales, tiende a no cumplir con la tradición machista. En los tiempos actuales esta generación ya debe haber llegado a ser padre de familia consolidada y mantiene un interés especial en gozar a sus niños antes de que terminen de crecer y se vayan de casa. Invierte tiempo en su hogar, en las tareas de sus hijos, cocina, limpia y hace mercado además de su trabajo.  Se han cruzado los roles: La mujer de la casa se ha profesionalizado y el ejecutivo ha tomado parte de las faenas del hogar. No se puede sobrevivir de otra manera, pero con el costo adicional de la ausencia diaria de ambos padres a los ojos de los niños que crecen entre escuelas y guarderías, y a veces en las calles.

Misoginia y rechazo varonil contra las compositoras no parece existir en el país, ya sea porque la profesión no tiene arraigo tradicional suficiente como para observar un perfil común del artista, o porque hay muy poca riqueza involucrada en el área para inducir la competencia aberrada en la envidia y humillación. El país está propicio para que tanto hombres y mujeres se inicien con igualdad en esta línea vivencial. Así está sucediendo: Dos artistas profesionales que conducen su carrera con excelencia y empuje son Diana Arismendi y Adina Izarra, compositoras venezolanas de la última generación en madurez. Se ubican dentro de un grupo escogido sólo por fecha de nacimiento y género femenino donde se encuentran también Beatriz Bilbao (1951), Josefina Benedetti (1953), Mercedes Otero (1953), Marianela Machado (1954), María Luisa Arencibia (1959) y María Antonia Palacios (1960).

Además de su doctorado, las dos únicas del país, son profesoras de carrera de la Universidad Simón Bolívar donde acaban de dar inicio por primera vez en Venezuela a la Maestría en Composición Musical. Cuentan con publicaciones de sus partituras y discos compactos. Atienden a invitaciones internacionales y están fajadas componiendo arte musical. Diana trabaja además a tiempo completo en Extensión Universitaria de la USB en comisión de servicios y Adina fue elegida este año miembro del Comité Ejecutivo de la Sociedad Internacional de Música Contemporánea. Sus esposos son músicos también, nada menos que el percusionista Juan José Pérez (Diana) y el guitarrista Rubén Riera (Adina). Con un hijo de dos años, Diana dedica mucha veces las madrugadas a la composición por la necesidad intrínseca al oficio de la calma y concentración sin interrupciones. En el caso de Adina su mejor aliada es la abuela. Lo que se destaca de esta generación es la autodefinición que han tomado y en especial Diana y Adina: Son compositoras, esa es su ocupación principal y su misión de vida. Cumplen una labor histórica singular: incrementar en número y en calidad el patrimonio de las creaciones de arte musical del país, subir el nivel de educación del sector. A Venezuela le hace falta unas cuantas grandes obras maestras y formar una tradición de arte musical de excelencia.
Vamos por buen camino.