Nuestros instrumentos desconocidos

Quitiplás: Duendes del Río
Trapos y Helechos 17 (5-2000): 36-37

Emilio Mendoza

Fotos:
Nelson Garrido
Archivos FunVes, FUNDEF,
Cplección Oswaldo Lares

Una investigación etnomusicológica de campo se enciende de una magia especial. En Barlovento, estado Miranda, visitamos al cultor de Tacarigua-Mamporal Orlando Machado y su grupo Fundabarlovento, para observar a un instrumento musical juguetón, el Quitiplás, en compañía del fallecido musicólogo de América Latina, el Dr. Francisco Curt Lange, in memoriam.

Ir a la playa tiene un encanto extraordinario, sobretodo si existe un río escondido en la bahía, saludando con sus dulces aguas la espuma que lo enfrenta. En las horas del sol fuerte, antes de llegar la tardecita, es inaplazable un paseo al pozo del río, que con su frescura amigable enamora la piel salada y caliente, y limpia los pies de la terca arena. Más arribita, caminando un rato por el borde del río, mirando al suelo por si acaso se aparece una culebra, llegamos a una piedra tan grande y pulida que es difícil adivinar cómo es que arribó a ese lugar. Pero allí descansaba, rodeada además de muchas otras iguales.

— Río arriba hay otros pozos, pero éste se lo escogimos al Doctor. —  Me confesó Orlando Machado, promotor de la cultura del pueblo de Tacarigua en Barlovento, al pasarme otra cervecita para celebrar el final de la caminata y recoger el aliento.

Una luz pincelada alumbraba el pozo tiernamente, con hojas ovaladas, largas y piedras redondas. El susurro continuo del agua que corre sin detenerse, no llegó a opacar los gritos con risas, cuando casi se cae la olla con todo el sancocho, por un resbalón de chola mojada sobre una piedra necia. El pozo no era muy profundo ya que se veía el fondo clarito con la corriente revoloteando en carreritas por todas las rocas.

—Venezuela es muy privilegiada,— apuntó el Doctor Lange. —Este pozo es un paraíso. En todas mis andanzas por Latinoamérica nunca había visto algo de igual belleza y esplendor.—

—¡Orlando!— me dirigí al eterno amigo, quitándome la camisa para echarme el primer bañito frío en el yacuzzi natural y agregué: —Como que el Doctor está inspirado a pesar de sus ochenta y pico de años, un by-pass y un marcapasos.—

—Guáramo es lo que tiene para atreverse a venir tan lejos contigo y ese poco de cámaras, grabadoras y videos.— Me respondió Orlando ya sumergido en el pozo y disfrutando añadió:
—Hace calor, pero con todo y sus años, el recorrido y las cervezas, el Doctor mantiene una cabeza bien clarita.—

Mirando hacia arriba asombrado por el techo de catedral que formaba el bosque de bambú rodeando el pozo y la luz entrecruzada que producía, le respondí  justificando:
 —Invité a Curt Lange a esta investigación porque desde que llegó a Venezuela del Uruguay no ha salido a la playa ni una sola vez, y le prometí que iba a presenciar una perla desconocida por mucha gente: ¡Los Quitiplás!—

En la roca de enfrente, como si en otro planeta cercano, unos muchachos en cuclillas sacaban de una bolsa de plástico de automercado cinco tubos de bambú de casi medio metro de largo el más grande, otros dos un poco más cortos y un par de pequeños, ambos casi de igual tamaño. Estos dos tubos empezaron a sonar en manos de un muchacho, al golpearlos sucesivamente contra la roca por su extremo cerrado del nudo del bambú, y al entrechocar ambos tubos produciendo un chasquido agudo. El sonido resultante tenía un estrecho parecido a la palabra "qui-ti-plás", al cual se le agregaron progresivamente los otros tubos más largos, cada uno tocado por un muchacho.

El tubo más grande entró en acción de último, y al igual que los otros dos tubos individuales, se tocaba con una mano golpeándolo contra la roca por su lado cerrado y la otra mano abriendo o tapando la abertura superior del tubo. De esta manera se producían sonidos de diferentes timbres y alturas en cada tubo y el  tejido de sonidos rítmicos resultante parecía una lluvia de marimbas, bailante y juguetona, encendida en el río como cualquier chubasco repentino.

—Si no me hubieran dicho nada, ya que estoy muy mal de la vista, apostaría a que era una batería de Mbiras o Sanzas, pianos de mano de lengüetas de metal como los de los Shona en Zimbabwe, África,— acertó el Dr. Lange, — pero parece una cajita de música gigante porque el ritmo se repite en ciclos largos. Muy interesante . . .  ¡qué fría está el agua de este río!—

kurt lange
El profesor tenía un traje de baño tan anticuado y era de piel tan pálida, que daba risa verlo flotar en el pozo. Al refrescarse con el bañito, le vino el habla a su mente, admirable científico musical de origen alemán quien visitó a Venezuela por vez primera a la caída de Gómez:—Mi vieja amiga Isabel Áretz menciona en su libro de instrumentos de Venezuela que en la tribu Badouma en Gabón del Congo, África, se acompañan unos tubos similares a los Quitiplás con maracas y sanzas, así como en Nigeria donde se tocan en pares. También en en el Caribe se encuentran unos tubos grandes de bambú, que se golpean contra el suelo como en Trinidad y en Haití, los tambou bamboo y tubos-pisones o Graboes, respectivamente.—Al secarnos y gozar de la sensación de la piel recién bañada en río, atacamos la roca donde se encontraba ya desde hace un rato el sancocho sobre la leña prendida. Los Quitiplás siguieron sonando, revueltos con el sonido del río, ya parte del ambiente mágico del pozo: agua corriente, sombras rayadas por tiras de sol, bambú verde de techos góticos y bambú sonando sobre las redondas piedras gigantescas. Más tarde se unieron unas niñas sonrientes a cantar con una sola maraca en mano. La más pequeña de ellas improvisaba versos y el grupo le respondía en coro. Así continuaron la tarde entera, sin parar, ni aún cuando nos fuimos del pozo.

Dejamos atrás la cortina de la corriente con su rumor incensante para adentrarnos en el camino de regreso, ya comenzado el crepúsculo, y nos entregamos de nuevo al miedo de pisar una culebra o una araña gigantesca. A pesar del alboroto que pájaros e insectos derramaban con el atardecer incipiente, todavía se escuchaban los muchachos río arriba, lejanos como un murmullo de la misma corriente, indetenible y constante, un duende del agua.

—Si los muchachos aprenden bien a tocar los Quitiplás, se nos facilita la enseñanza de los tambores Redondos, ya que casi son los mismos ritmos.— Aclaró Orlando, tan negro que casi no lo podía ver en la sombra nocturna. Sin parar de caminar, avanzando cada vez más de prisa porque la noche se nos cayó encima, Orlando mantenía la conversación para servir de acompañamiento al paso en la oscuridad, haciendo el esfuerzo de no parar de hablar.

—Max Brandt, un norteamericano que hizo su tesis de doctorado sobre la música de Barlovento y aprendió a tocar todos los tambores en los años setenta,— respondí siguiéndole su paso, pie a pie, — menciona en su libro que los informantes que entrevistó le decían que el canto, toque y danza del Quitiplás son similares a los tambores redondos, menos en el pueblo de Curiepe.—

—Sí, en Curiepe las cosas son siempre un poco diferentes porque han estado inundados por los caraqueños en todas sus fiestas.— Afirmó Orlando aguantando una rama espinosa que se atravesaba en el camino, y al pasar la fila se colocó en el último puesto, de donde seguía explicando:

—Los Toques y Tonadas de Quitiplás están asociados a las Fiestas de San Juán Bautista en junio como lo están también los conjuntos de tambores Redondos y Mina. Los Quitiplás no están restringidos a estas fiestas solamente: Se utilizan también para que los muchachos aprendan el toque de Redondos, sirvan de juguete y pasatiempo a los niños y cuando en las fiestas se cansan los tamboreros, los Quitiplás tocan un rato mientras ellos se refrescan.—
—Decía Max Brandt,— agregué, —que los Quitiplás es el conjunto menos utilizado en Barlovento, ya que sólo lo encontró en tres comunidades, incluyendo a Tacarigua.—

—Según mi gente, los Quitiplás se tocaban, cantaban y bailaban en todo Barlovento, pero cayeron poco a poco en desuso. Últimamente se han reactivado y por lo menos en Tacarigua están vivitos.— El orgullo de Orlando por su pueblo dejó brillar una sonrisa destellante en su blanca dentadura, y prosiguió:
—Se agrupan usualmente en tres o cuatro tocadores de Quitiplás, pero se puede duplicar cualquier tubo con más muchachos. Uno toca los pares pequeños, llamados Quitiplás, y los otros tocan los tubos individuales, la Prima o Hembra y el Pujao o Macho, que es el más grande y el que suena más grave. En Tacarigua usamos un tubo individual adicional al que le llamamos el Cruzao. Fíjense que los nombres de los tubos son iguales a los nombres de los tambores Redondos: Prima, Cruzao y Pujao, por lo menos aquí en Tacarigua. Los nombres los cambian en todas partes y eso es muy común, como para la comida y los insultos.—

 El camino estaba completamente oscuro. Ya no se oía ni el río ni los muchachos tocando, pero no había silencio. Grillos, sapos, pájaros, todo sonaba alrededor de nosotros, haciéndonos sentir cada vez más pequeños, distintos a la naturaleza abundante. Solo había una mirada silenciosa, directa, de un cielo repleto de estrellas mudas y asomadas.

—El tubo más difícil de tocar es el Pujao o Macho porque tiene que improvisar,—gritaba Orlando para que lo oyéramos desde su posición trasera en la cola y para que apuráramos el paso.

—Mientras que el par de Quitiplás, la Prima y el Cruzao mantienen el ritmo parejito, el Pujao tiene que "florear" y cantar frases largas, a pesar de ser el más grave, y se le tiene que dar bien duro.—

—¿Y no se rompen los tubos?— Al fin habló el Dr. Lange, un poco sin aliento.

Orlando, contento de que una eminencia como el doctor en materia musicológica le estuviera oyendo detalladamente, le confesó:

—Para que no se piquen o rajen con tanto golpeteo, hay que cortarlos en luna menguante. La afinación del sonido que sale del tubo al golpearlo depende del tamaño del bambú. Mientras más largo o ancho, más grave el tono. Los grupos de percusión de Tacarigua los afinan con mucho cuidado, cortándolos en diferentes tamaños y probándolos hasta que suenen bien en grupo. Se tocan contra el suelo de tierra dura, contra un ladrillo, piedra o cemento de la carretera, y eventualmente algunos se terminan rajando.—
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—Yo les puse una cubierta de silicón, el que se usa para los carros, en el borde inferior del bambú.— Interrumpí para comunicarle un secreto tecnológico de mi invención. —Me funcionó muy bien, porque además rebotan solos.—

—Ya salió Emilio con sus inventos.— Me cortó Orlando, reprochándome el aporte. —También los utilizaste en dos de tus composiciones nuevas, ¿no es así?—

—Orlando, vamos a parar un rato porque andamos muy rápido y el profesor se me está cansando.— Supliqué. —Casi se cae dos veces tropezándose con unas raíces del camino.—

—Además, tengo que detenerme a cumplir con una necesidad imperante.— Añadió Curt Lange, ya en proceso de satisfacer su apuro.

Orlando, al comando de la expedición nocturna, consideró en voz alta:
—No deberíamos estacionarnos porque nos puede salir el ánima de "La Llorona." Pero en todo caso, es una emergencia.—

Como nos sorprendió un deseo común, el convoy entero se hizo a los lados del sendero, cada quien buscando en la oscuridad su respectiva matica. Alzando la mirada en reflexión momentánea, me sorprendió la espuma de estrellas que nos vigilaba.

—Profesor, ojalá se pueda operar las cataratas pronto para que vea la maravilla de este cielo estrellado, profundo y brillante.—

—No te preocupes, Emilio,— agregó el Dr. Lange, extendiendo su brazo para palmearme cariñosamente al hombro, —conozco muchos cielos de este gran continente, todos llenos de estrellas así tan luminosas como las de éste que me acabas de traer a presenciar, gracias a tu amigo Orlando y sus Quitiplás.—

Al avanzar, se nos hizo corto el camino a pesar del silencio que mantuvo el grupo, con el pensamiento denso y el habla trancada al meditar bajo las mismas estrellas que acompañaron al profesor en todos sus viajes por décadas pasadas. Y llegamos a la plaza del pueblo, encendida en tambor.

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Quitiplás de Panaquire, Barlovento, fotografía de Oswaldo Lares, 1974.

Fuentes

Aretz, Isabel. Instrumentos Musicales de Venezuela. Cumaná: Universidad de Oriente, 1967.

Brandt, Max Hans. Estudio Etnomusicológico de Tres Conjuntos de Tambores Afro-Venezolanos de Barlovento. Caracas: CCPYT, 1987.

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Girón, Israel y María Teresa Melfi. Instrumentos Musicales de América Latina y el Caribe. Caracas: CONAC, CCPYT, OEA, 1988.

_________. Folklore y Curriculum, Vol. 2. Caracas: FUNDARTE, INIDEF, CONAC, OEA, 1983. S.v. "Música Folklórica".

Hernández, Daría y Cecilia Fuentes. Instrumentos musicales de Venezuela. Caracas: Museo Nacional de Folklore, CONAC, s/f.

INAF. Música Popular Tradicional de Venezuela. Disco Long Play. Notas de la cubierta. Caracas: INAF, 1983.

Mendoza, Emilio. "Anotaciones de la investigación de campo, Tacarigua, Municipio Brión, edo. Miranda," julio, 1987. Manuscrito. Con los auspicios de la Biblioteca Nacional y FundaBarlovento.

Olivero, Omar. "Las Bases Rítmicas Afro: Algunos Errores de Apreciación." Anuario - FUNDEF. I (1990): 65 - 66.

Ramón y Rivera, Luis Felipe. La música afrovenezolana. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1971.

Suárez, Carlos. "Particularidades Sonoras del Quitiplás Idiófono de Tradición Afrovenezolana." Manuscrito, Biblioteca Juán Liscano, FUNDEF, Caracas, 1997.